A veces, no siempre, algunas personas, no todas, repetimos ciertas pautas tocando las zonas del cuerpo que sabemos causan placer a nuestra pareja, para finalizar luego en un coito, en una penetración, sin tomarnos el tiempo suficiente para explorar otros rincones que podrían suponer un aliciente en la práctica sexual.
Nuestro cuerpo está cubierto de terminaciones nerviosas, de zonas erógenas que nos pueden provocar un goce maravilloso según cuándo, quién y cómo se les trate. Algunas son especialmente sensibles al tacto y no siempre son las mismas.
Como ejemplo de puntos «altamente excitables» tenemos los genitales: el clítoris, el glande, los labios mayores y menores… Igualmente, sabemos que los pechos y los pezones son, en grado variable, muy sensibles y placenteros. La boca y los labios, los lóbulos de las orejas, el cuello y la nuca también son lugares recurrentes en el imaginario colectivo a la hora de acariciar, besar, morder o chupar; aunque hay gente que no resiste, de puro gusto, que nos acerquemos a su cuello, y el solo hecho de figurarse esta situación hace que se le ponga la piel de gallina…
Pero, además de las anteriores, si te preguntáramos dónde te gusta que te toquen, se desvelarían otras partes del cuerpo, singulares, únicas, no siendo las mismas en una y otra persona; y lo mismo sucedería con el orden de preferencia y el momento adecuado para ser estimuladas.
¿Debemos descubrir esos lugares mágicos en el cuerpo de nuestra pareja? Para mantener la chispa es importante sorprender, pero también es necesario conversar sobre estas cuestiones íntimas, para gozar lo mejor posible. De nuestra timidez, las circunstancias del momento o nuestra moral dependerá cómo tratemos el asunto; pero pensemos que el hecho de hablar acerca de dónde, cómo y cuándo preferimos que nos toquen puede ser muy excitante y puede predisponernos a otros diálogos más íntimos… Imagina una relación esporádica, de «una noche de verano»: el sexo practicado podrá ser apasionante por el morbo que causa hacerlo por primera vez con alguien de quien sabemos poco, pero tal vez y por momentos nos sintamos un poco torpes al ignorar los ritmos y gustos de esa pareja, y quizás se nos ocurra poner en marcha lo ya conocido, lo que se nos dio bien en otra ocasión o nos han dicho que es «infalible». Repetimos: lo que le puede hacer ver las estrellas a alguien, no tiene por qué hacérselo ver a otra. Por eso es necesario que hablemos, que nos comuniquemos.
Vuelve a imaginarte la anterior relación sexual esporádica, esta vez con una conversación excitante sobre zonas erógenas, preferencias, ritmos, fantasías… ¿Podría ser más o menos placentera que la que acostumbramos a mantener? Si tienes pareja estable, ¿crees que hablar sobre esas zonas erógenas ocultas, sobre su ubicación, cómo acariciarlas, cuándo y cómo, podría ser un estímulo para no caer en una posible rutina sexual?
En las relaciones sexuales entre personas adultas todo está permitido si hay acuerdo entre ambas partes sobre qué se va a hacer. Pero para que se de lo anterior de manera satisfactoria, es necesario decir qué nos gusta y qué no. En este sentido, el diálogo podría repercutir en otros aspectos importantes de la relación como el uso de métodos preventivos de infecciones de transmisión sexual o embarazos no deseados. En ocasiones, prescindimos de dichas medidas por vergüenza o sentir que pueden ser un «corta rollos». Al comunicar nuestros sentimientos podemos lograr que la otra parte los tenga en cuenta para, así, tratar de que disfrutemos lo mejor posible.
Por último, ten en cuenta que para saber dónde queremos que nos toquen, primeramente hemos de explorar nuestro propio cuerpo.