La misoginia como espectáculo
En el porno del siglo XXI, el sexo es sólo una coartada para la violencia[1]. Amparada tras un arsenal de argumentos falaces, victimista hasta el paroxismo, la pornografía amplía su campo de batalla mientras reduce la condición humana de la mujer y pulveriza su dignidad[2]. Impulsado por una insaciable ansia de ofrecer “todavía más”, el porno se ha convertido en una maquinaria universal de propaganda misógina. La debilidad de sus detractores (y la habilidad del mundo porno para descalificarlos) ha conducido a una situación paradójica, en la que el porno se presenta y se acepta como valedor y defensor del sexo, cuando el sexo, ya lo hemos dicho, no es más que una coartada para ejercer (sin penas) y promulgar (entre aplausos) un modelo machista brutal y extremo. Este alegato contra el porno, contra la aberrante evolución que ha sufrido la representación y exhibición de escenas sexuales, contra la propuesta de un sistema único de relaciones sexuales basado (y complacido) en la conducta violenta y en la actitud despectiva contra las mujeres, es una reflexión desordenada y confusa, alarmada y dolorosa, que se enfrenta, sobre todo, al silencio que la sociedad mantiene sobre este asunto.
PRÓLOGO (‘BLOW JOB’)
La primera vez que fui a ver una película porno (Educating Mandy) junto a varios amigos, a la sala X de la Corredera Baja de San Pablo, en Madrid, comprobé que, efectivamente, aquello “podía herir mi sensibilidad”: ¿cómo era posible tratar así a las mujeres? ¿Cómo se podía ser tan zafio y machista? Y, sobre todo: ¿cómo podía plantearse que algo así se pudiera filmar y exhibir? ¿Cómo estaba permitido? ¿Cómo podía tener público? Salí conmocionado de la sala… y también tremendamente excitado. De vuelta a casa manifesté convencido que nunca más iría a ver semejante barbaridad, criterio que compartieron mis compañeros de aventura, pero pocas semanas después todos nos enganchamos irremisiblemente al porno. Vista hoy, aquella película parece una nadería comparada con las brutalidades habituales que caracterizan a la producción pornográfica actual. Al fin y al cabo, en aquellos polvos sólo había unos tipejos asquerosos y groseros que trataban con desdén y sin respeto a varias chicas jóvenes y bellísimas. De haberse filmado hoy, Traci Lords, Christy Canyon y compañía, además de todo tipo de insultos, se habrían llevado varios escupitajos en la boca y en los ojos, habrían recibido unas cuantas hostias, les habrían abierto el culo hasta el límite y habrían sido forzadas a vomitar tras atragantarse con las pollas de sus compañeros de reparto, quienes habrían acabado meándose sobre ellas. En fin, lo normal. Sí: lo normal: eso es lo que ocurre en la inmensa mayoría del porno del siglo XXI, el que anuncian y emiten todos los días Digital Plus y las televisiones locales, el que recibe premios y aplausos, el que protagonizan estrellas del espectáculo como Rocco Siffredi o Nacho Vidal. Ése es el porno que se ha instalado en nuestras pantallas, en nuestras casas, en nuestras conciencias.INTRODUCCIÓN
La pornografía se ha convertido en un tabú, no por inconfensable, sino por intocable. No hay quien que hable en su contra, algo realmente sospechoso, ni síntomas de preocupación o protesta ante la evidencia que la pornografía es un instrumento universal y eficacísimo de propaganda de la misoginia, un aparato reaccionario y fascista que ha reducido, caricaturizado y secuestrado el sexo, una herramienta que publicita y vende un modelo basado en el desprecio de la mujer. Es algo obvio, palpable, pero no hay nadie que levante su voz contra esta arma de destrucción machista[3]. Todavía se sigue considerando a la pornografía como algo vinculado a la libertad sexual, por mucho que se muestre y demuestre ser un mecanismo de desigualdad, discriminación y agresión. La pornografía del siglo XXI ha seguido un proceso de expansión, legitimación, normalización y radicalización. Se ha producido la pornificación de la sociedad: la pornografía ha entrado masivamente en los hogares a través de la televisión y, sobre todo, de internet y ha penetrado con fuerza en las conciencias y en las costumbres. El porno se normaliza (se hace normal) y a la vez normaliza (impone las reglas de) un modelo de relaciones sexuales basado en la celebración del sometimiento de la mujer, de su reducción a objeto de placer y fuente de satisfacción sexual. La pornografía se muestra inmune a las críticas por su habilidad para situarlas (y así descalificarlas) junto a compañeros de viaje tan indeseables como los ultraderechistas y los fundamentalistas religiosos. También junto a las feministas, cuya indispensable labor ha sido ridiculizada con saña y sin pausa. Sin embargo las teorías y argumentos de las feministas de los años setenta[4] están más vigentes y son ahora más necesarios que nunca. La pornografía es hoy un paraíso fiscal de la delincuencia del sexo, y alimenta directamente graves problemas sociales como la violencia de género, el proxenetismo, el tráfico de personas, la pederastia y la lamentable educación sexual de varias generaciones. Si la pornografía sitúa a quien la critica junto a fanáticos políticos y religiosos, sus defensores se colocan al lado de los verdugos, violadores, ejecutores y filonazis del sexo. Ésta es la pornografía del siglo XXI[5]. Esto es el porno, esa manera familiar y amistosa de nombrar la pornografía. El porno ha secuestrado valores como la libertad sexual, la diversidad sexual y hasta la libertad de expresión. El secuestro opera en una doble vertiente: proclamarse como abanderado fundamental de estos valores para después retirarlos del espacio público. Esta labor, aparentemente contradictoria, tiene sin embargo una explicación muy coherente: el porno elimina esos valores porque, en realidad, van en contra de su esencia (reaccionaria, reductora y absolutista) aunque los encarne demagógicamente por razones de legitimidad y de marketing. La estafa, por evidente, no deja de ser eficaz, y así se constata cotidianamente en la propaganda que el porno hace de sí mismo y en el amplio y creciente calado acrítico que su mensaje tiene en la sociedad. Lo que ha secuestrado el porno, puede afirmarse, en fin, es el mismo sexo, sustituyendo su riqueza por una normativa rígida y unidireccional de entender las relaciones sexuales.El mundo, pues, ya es pornográfico. La vida es pornográfica. El sexo es porno. Sólo porno. El porno ya no es una representación del acto sexual. Es el acto sexual. Y por acto sexual se entiende cualquier cosa que produzca placer al hombre. Al hombre. Cualquiera. Todo lo que excite al hombre (al hombre) es pornográfico y, como tal, adquiere el visado que otorga el sexo y que impide la posibilidad de ser analizado o criticado. En el deformado nombre de la libertad de expresión y en el manipulado anhelo de la libertad sexual se cometen delitos constantes que conforman una propaganda universal respecto a la manera de entender (y practicar) el sexo. Se cometen delitos que se graban y se exponen y se venden con esa coartada sexual, con esa patente de corso del sexo, con esa protección garantizada por la inmunidad de la pornografía.
RADICALIZACIÓN (‘EXTREME SEX’)
¿Se puede hablar de radicalización del porno cuando ya en junio de 1978 la revista Hustler publicaba su famosa portada de una mujer triturada por una máquina de picar carne?[6] Lamentablemente, la respuesta es sí. No sólo porque esa idea ha sido recogida y multiplicada por decenas de webs porno (Meatholes sería el ejemplo más próximo) sino porque su mensaje ha pasado del chiste a la realidad, del montaje al hecho, de la ficción a la ejecución. El porno se construye y radicaliza sobre la evidencia de que la mujer sigue estando en una situación de inferioridad universal[7] y es, por definición, abusivo, tramposo y amenazante. La descripción que hace el documentalista Stephen Walker de su encuentro con el magnate del porno Max Hardcore es realmente espeluznante, y define a la perfección cómo se las gastan en este negocio.[8] La radicalización del porno abunda en su planteamiento como caza, tortura y castigo… Se hace una sola pregunta, obsesiva, definitiva: ¿qué más se le puede hacer a una tía? O, lo que es lo mismo: ¿Cómo se puede degradar y humillar más a una puta? El hastío, generado por las propias limitaciones de la representación sexual, sólo sigue esta vía compulsiva: más y más fuerte, más y más duro, más y más extremo. Podían plantearse otros caminos, pero no: la carrera, la lucha, la obsesión, es avanzar en la destrucción de la mujer, y se celebran y aplauden (y son rentables) ocurrencias como tratar a las mujeres como urinarios (Human Toilets), hacerlas vomitar (Gag On My Cock), abofetearlas (Slapp Happy), eyacular dentro de sus ojos (Pink In The Eye), asfixiarlas, escupirles, peerse en sus bocas y un sinfín de modalidades de vejación que son publicitadas y ofrecidas como atrevidas, innovadoras o incluso humorísticas. No hay lugar para el buen rollo o el afecto o simplemente, la humanidad, se postula la complicidad misógina y la camaradería macho, se adoran los atributos viriles y se destruyen los femeninos, y el lenguaje es tan limitado como insultante. La pornografía tiene ya mucho más de violencia que de sexo. Es más: si una escena sexual no contiene cierta dosis de violencia (verbal, física, actitudinal…), difícilmente será considerada pornográfica. Desde hace tiempo y cada vez más, el porno ya no es la representación de escenas sexuales, sino la grabación y exposición pública de esos actos y cuanto más crudos (menos cocidos: menos preparados: más realistas) y violentos, mejor. No hay ya lugar para la representación, de modo que el porno se halla genérica y esencialmente mucho más cerca de las grabaciones caseras y de las palizas, humillaciones y actos delictivos grabados en móviles para su posterior exhibición (en el móvil, claro, pero sobre todo en internet, espacio libre, alegal y amoral como principal pantalla)[9]. El porno crea, recrea y transforma al espectador a través de la destrucción del objeto sexual. La ley de la pornografía crea y transforma (al hombre, el espectador) mientras destruye (a la mujer, el objeto). La fórmula ideal exige que el objeto destruido sea bello, pero si hay que elegir entre belleza y destrucción, el porno se inclina por lo segundo: es preferible que el objeto sea menos bello siempre que sea más destruido[10]. La radicalización del porno afecta también al estatus de sus protagonistas. Durante muchos años se lanzó el bulo de que las verdaderas estrellas eran las mujeres, se mitificaban aquellas mujeres que entendían su papel con respecto al hombre: hacer lo que a él le apetezca (todo) cuando a él le apetezca (siempre). El truco coló entre las propias actrices y entre los espectadores más cómodos, porque, en efecto, ellas eran las protagonistas del espectáculo: cobraban más, tenían clubs de fans, asistían a premios, fiestas y festivales, salían en las portadas de los vídeos y las revistas… Esa farsa se ha ido dinamitando hace tiempo, parece que ya no hace falta disimular. Ahora las estrellas del negocio son los actores, aquellos que son más agresivos, los que no tienen límites en el envilecimiento de sus compañeras de rodaje. Ellos ahora tienen nombres y apellidos y son los grandes capos. Ya no se buscan películas de Zara Whites o Ginger Lynn, sino de Rocco Siffredi, Roberto Malone, Christophe Clark, Nacho Vidal, Max Hardcore… ellos son los que saben cómo hay que tratar a las tías. Cada vez hay menos actrices cuyo nombre (artístico o real) aparezca en las producciones. La mayoría atienden a un difuso nombre de pila, sin que casi nunca se identifique a una cara con él. Para qué, qué importan, sólo son tías, sólo son putas, las hay a millones; sin embargo, maestros del sexo, verdaderos maestros como Rocco y compañía se cuentan con los dedos de una mano. Muchas de las actrices actuales proceden de los países del Este. En ellos se reúne excelente materia prima y la mejor de las disposiciones dados los mecanismos habituales del subdesarrollo, la apertura al libre mercado y la urgente necesidad económica. Ellas son, como mucho, Tanya, Ursula, Veronika… qué más da, afortunadamente hay miles de jovencitas necesitadas a las que ofrecer un billete a la fama, a Europa o al capitalismo, y acto seguido escupirles y romperles el culo. Cada día miles de chicas buscan y encuentran la única manera que tienen de soñar con una esperanza en las ofertas o imposiciones de cuantos proxenetas, chulos, esclavistas o productores de pornografía se crucen en su camino. Lo que diferencia a estas cuatro especies nombradas es que sólo los últimos son legales. O mejor dicho: alegales, porque actúan al margen de la legalidad, y saben que hay un mercado legal que les comprará a excelentes precios sus productos y que un extensísimo y relajado y civilizado público jamás se preguntará por lo que les ocurrió en sus respectivas vidas a esos miles de mujeres con las que un día se hicieron pajas mientras observaban cómo las machacaban, insultaban y envilecían un puñado de hombres civilizados, ricos y famosos. Y qué más da; como decían los propios actores, no eran más que putas, y a quién le puede importar lo que le pase a una puta. Porque ése es el proceso que desde hace años se sigue en la gran mayoría de las películas porno, éste es el mensaje constante y redundante, por muy repugnante e irracional que sea. Todas las tías son unas putas. Algunas lo saben y actúan como putas y por lo tanto son tratadas como putas, esto es: sin respeto ni consideración, y desde una posición superior, física, moral y socialmente. Otras no lo saben y necesitan un hombre que se lo haga saber. Cuando ocurre la revelación, la mujer que ya se reconoce como puta agradece al varón su enseñanza y pasa a comportarse como tal, y por lo tanto merece ser tratada como lo que es: puta: nada. Por último están las más reticentes, las más caprichosas, las más obtusas, aquéllas que no sólo no saben que en el fondo son unas putas, como todas, sino que además se resisten a que un hombre se lo demuestre. A éstas sólo cabe obligarlas. Se las chantajea, amenaza o agrede hasta que admiten ser, efectivamente, putas. En este punto ya pueden ser tratadas como se merecen: El guante negro, emitida hace ya años por Canal Satélite Digital, es una premiada película de Christophe Clark que acaba con una pandilla de tipos escupiendo a una chica del Este y diciéndole literalmente: “No eres nada, te vamos a hacer mucho daño, no eres nada, eres una mierda, eres una puta, eres una guarra, no eres nada”. Este tipo de apreciaciones son cada vez más frecuentes, acompañadas por supuesto de órdenes, golpes, azotes y escupitajos. Uno de los nuevos reclamos para la venta de películas porno son los salivazos. Ya no basta escupir con la polla, vaya a ser que alguien crea que el porno se queda en la metáfora, se escupe a la cara directamente, o se mean en la cara de la chica después de correrse y escupirle, o la ponen a oler mierda de cerdos, como en la celebradísima Rocco el perverso, o le meten la cabeza en el váter (metáfora y realidad) y tira repetidas veces de la cadena (como se hace cuando en el váter hay mierda). Los títulos del porno son muy reveladores y no escapan, ni mucho menos a este proceso imparable de radicalización. La cosificación de la mujer comenzó con términos como rubias, morenas, mulatas o tetonas, hace ya tiempo que no se detiene en consideraciones y va directamente al grano: putas, zorras, cerdas, marranas, guarras. La misma evolución han sufrido los verbos: de seducidas y encantadas se pasó a acosadas, perseguidas o atrapadas, para terminar desgarradas, taladradas, violadas o machacadas. Una puta es material de risa, de broma, de chiste, de insulto, de venganza[11], de humillación. Porque al fin y al cabo una puta no es nada. Si alguna sale del negocio y accede a otros ámbitos (el cine, la televisión) es ridiculizada, condenada, estigmatizada y no se pierde ni una sola oportunidad de recordarle su pasado. La radicalización del porno invade por supuesto al terreno de las fantasías. Si se es tan ingenuo como para creer que nada de lo que muestra el porno es real, que todo es ficción, o simplemente que no se puede llegar a demostrar que lo es, surgen nuevas preguntas: ¿Es ésta la única fantasía posible? ¿Qué hay detrás de un público cada vez mayor que legitima esta fantasía y este modelo como algo válido y plausible? ¿Es el sexo que ofrece el porno el único sexo posible, la única fantasía sexual valida, el sexo ideal? Por último, el humor porno, tan celebrado y extendido, sitúa a la mujer en el papel que han sufrido antes otros colectivos discriminados (negros, homosexuales, discapacitados…): es la burlada, la engañada, el motivo de las risas del hombre. Siguiendo con el engaño, son muy significativas las páginas dedicadas a entrevistas de trabajo. Unas veces reales y otras representadas, recogen la experiencia de chicas jóvenes que buscan trabajo y se encuentran en una evidente situación de inferioridad ante el jefe que las tiene que seleccionar: el desenlace, claro, es que tienen que acceder a los requerimientos del jefe. Esta “fantasía” no se detiene siempre en su representación: cuando el trabajo a conseguir tiene alguna relación con el sexo (fotos eróticas, por ejemplo, bailarinas de striptease, camareras en topless) la ficción se convierte en realidad y la conducta del demandante está de nuevo legitimada, pues es evidente que esas chicas son unas putas, de modo que ya se puede hacer con ellas lo que sea. Las webs recogen cientos de ejemplos en los que estos castings grabados con cámaras ocultas muestran a jóvenes que acuden a la cita para encontrar un trabajo y se marchan violadas, grabadas y chantajeadas. Lo que debería constituir prueba de delito se convierte en arma arrojadiza contra la víctima. El asunto, además de pingües beneficios, da para muchas risas. Los autores se jactan de sus trofeos y de la inocencia de las engañadas, las echan a patadas de los despachos, les tienden emboscadas con varios gañanes, se ríen de ellas… Este esquema crece en brutalidad si la víctima es una actriz porno: una mujer que va a un casting porno pude prepararse para lo peor, porque otra vez su condición (actriz porno) legitima que la traten como a tal. Son frecuentes los comentarios de este tipo: “La muy idiota de esta puta creía que venía para hacer un par de mamadas y una doble penetración y mira lo que se encontró”. “Lo que se encontró” suele ser un catálogo infinito de violaciones brutales, maltratos, torturas, palizas y escarnios. El último paso de esta escala macabra son, evidentemente, las prostitutas. Si la protagonista de una escena es una prostituta, hay veda libre. Si se contrata una puta para follar, se la folla, se le hace lo que uno quiere (no uno: los tipos del porno son grandes cobardes y suelen actuar en grupo), se la graba (por supuesto sin su consentimiento, ¿quién necesita el permiso de una puta?) y después se la echa y se le amenaza, “porque es una puta”. Las webs están llenas de estos ejemplos: quizás el método más sangrante y extendido es el de recoger a una puta en la calle, montarla en una furgoneta, y violarla y grabarla mientras la furgoneta se aleja de la ciudad; concluido el trabajo, la tiran de la furgoneta al arcén entre risas y vítores.ALGUNAS MENTIRAS (‘FETISH’)
“El porno defiende la libertad sexual”. Esa libertad sexual se entiende entonces como la libertad del hombre de satisfacer todas sus fantasías sexuales. El hombre es libre de disponer de las mujeres a su antojo y capricho. La mujer, en el porno (tampoco en el porno) no tiene libertad, tiene obligaciones, recibe órdenes, tiene que acceder a todos los requerimientos del hombre. El hombre es libre, absoluto y caprichoso. La mujer es esclava. “El porno defiende la diversidad sexual.” Contra la acusación de reducir la mujer a un objeto (con prestaciones y características de serie), el porno proclama su afán de variedad. Y sí, es cierto, el porno es muy variado: en realidad no hay ocurrencia capricho o perversión que el hombre quiera ver (¿por qué querrá con tanto interés y tanta saña el hombre ver estas cosas?) que no esté reflejada en la inagotable oferta pornográfica. Es decir, la variedad está puesta al servicio del cliente, que es el hombre, luego en absoluto es el porno un reflejo de la diversidad sexual general, sino de la de una parte exclusiva de la población: los hombres: en general el porno ofrece tías buenas dispuestas a hacer todo lo que un tipo desea (cualquier tipo: bien dotado, musculoso, flacucho, impotente, gordo, peludo, lisiado, drogado… aquí no importan tanto los atributos). Y como hay hombres que las prefieren gordas, viejas, peludas, embarazadas, rapadas, chinas, negras, de clítoris gigantes, de tetas de todos lo tamaños, etcétera, el porno ofrece todo eso y más. Y ofrece por supuesto niñas. Y si el cliente quiere hombres también se los da (aunque el porno gay es mucho más delicado, en general). Un ejemplo claro del truco de la diversidad sexual del porno lo encontramos en el bestialismo. Esta categoría no ofrece productos en los que hombres y muchachos penetran a cabras, ovejas y gallinas. Lo que ofrece la zoofilia porno es mujeres expuestas a la acción sexual de animales: mujeres folladas por perros y caballos, mujeres que tienen que chupársela a burros y cerdos, mujeres aterrorizadas por ratas, ratones y culebras que recorren sus cuerpos, mujeres penetradas por anguilas… La mujer es obligada al riesgo, y expuesta como algo inferior a un animal, menos que un perro, menos que un potro, menos que un cerdo (cualquier espectáculo basado en tratar a un animal como se trata a una mujer en el porno sería objeto de denuncia inmediata). Habitualmente, las mujeres obligadas a semejantes brutalidades muestran claramente los rasgos de la heroína y la miseria en sus rostros y en sus cuerpos. Son putas, también. Putas con clientes de cuatro patas. Otro ejemplo clarificador es el sadomasoquismo. Casi siempre son las mujeres las que aparecen atadas, quemadas, torturadas, azotadas, y agredidas. La variedad es otra de las grandes mentiras del porno. “El porno se sitúa en el terreno de las fantasías.” El porno también realiza un extraño y perverso viaje de ida y vuelta de la realidad a la fantasía: se ampara en la fantasía para legitimar sus representaciones, representaciones que ya no son tales, pues son, en cambio, realidades. Lo real es condición sine qua non para la ejecución y eficacia de la fantasía. La fantasía del espectador tiene que depositarse sobre hechos reales filmados y expuestos y contemplados. Lo cierto es que en el porno nada es fantasía, todo es real, si diez tipos eyaculan en la boca de una chica las diez eyaculaciones son reales, la chica se las traga, tiene arcadas, le entran en los ojos, y todo es real. “El porno lleva a cabo una importante labor pedagógica.” A menudo se alaba la función pedagógica del porno: enseña cómo hay que hacerlo. Lo que enseña el porno es cómo hay que tratar a las mujeres: hay que insultarlas, despreciarlas, humillarlas, castigarlas, violarlas, atarlas, asustarlas, azotarlas, torturarlas, agredirlas, asfixiarlas, destrozarlas y vencerlas… La seducción es, por supuesto, algo pasado de moda. Y sin embargo está en la seducción el principio justificador de muchas conductas (o enseñanzas) posteriores: seducir no deja de ser algo muy parecido a engañar: a las mujeres hay que seducirlas, es decir: engañarlas: una vez engañadas, ya se puede hacer con ellas lo que se quiera. El engaño es una trampa y la mujer la presa que ha caído en ella. Una vez presa, el cazador es su dueño. De alguna manera la habilidad para cazarla legitima su uso posterior: puede domesticarla, comérsela o degollarla y poner su cabeza adornando el salón. En este sentido es habitual que los actores porno más brutales se les muestre como “caballeros”[12], una burda máscara que no sólo responde a un obsoleto punto de vista sino que esconde también la artimaña del cazador: la galantería como cebo para que se relaje la atención de la víctima. Claro que muchas veces el porno se salta estos vericuetos y va directamente al grano: se las viola y punto. Y si se resisten, mejor: el placer de la resistencia es continuamente expresado en el porno. Así, una página web declara: “¿qué es mejor que una tía que quiera comernos la polla? Una que no quiera comérnosla y tenga que hacerlo”. La pedagogía no se limita a la cama: fuera de ella también se enseña como hay que tratarlas: dándole órdenes. Porque a la mujer también se la enseña como tiene que comportarse: siempre obediente, siempre sumisa, siempre complaciente, dispuesta a todo (para evitar que la tilden de mojigata, estrecha o poco sofisticada), necesariamente predispuesta a relaciones lésbicas para satisfacción del macho, espectador y amo, agradecida y sonriente si la escupen, agradecida y sonriente si la ensucian, agradecida y sonriente si le dan dos hostias. Manchada, dócil. Vencida. Inerte.SILENCIO Y MIEDO (‘BONDAGE’)
Criticar al porno parece algo inconcebible, porque se ha extendido la idea de que el porno mola, el porno es guay, el porno es lo mejor[13]. El porno se ha instalado en nuestra sociedad y ha logrado legitimarse con una autoridad sorprendente, incluso entre los que no lo consumen. Los que saben realmente de qué va el asunto suelen buscar la complicidad del aficionado, ese rollo machote que ineludiblemente conduce al celebrado “Todas son unas putas”. Resulta sorprendente la resistencia de los ignorantes y la desfachatez de los entendidos. Pero la sorpresa se difumina cuando se tienen en cuenta las múltiples y poderosas estrategias que ha seguido el porno para conseguir esta victoria.Cuando el programa 21 días, de Cuatro, dedicó un programa a la industria del porno lo llamó 21 días en la industria del porno, y a pesar de que en tal enunciado no había nada que indicase que su presentadora, Samanta Villar, tuviese que protagonizar escenas porno, la periodista y la cadena recibieron una avalancha de insultos y descalificaciones por no haber estado “21 días chupando pollas” como exigían muchos comentarios de televidentes que se sentían “decepcionados, engañados y estafados”. Si algo se le podía criticar al programa era su complicidad con esa industria, su acercamiento en tono de colega y la ausencia absoluta de crítica (más allá de un par de momentos en los que Villar arrugaba la nariz). La propia Villar declaraba: “El equipo y yo queríamos dar una imagen del porno alejada de los tópicos de sordidez, vicio o drogas”. Es decir, que se partía de un prejuicio positivo hacia el género. Algo cada vez más habitual y, a la vez, a contracorriente del ideario habitual de la parrilla televisiva: resulta al menos curioso que cuando en todos los asuntos se intenta buscar el lado oculto, en el porno se intenta mostrar el lado amable[14].
Esta prudencia, este miedo a molestar a la pornografía, a disentir del discurso dominante (la pornografía mola), a señalarse, en fin, es algo muy extendido. Las teorías feministas son ridiculizadas, ninguneadas y descalificadas si están contra el porno y recibidas con entusiasmo si están a favor. Las tribunas de los periódicos ceden con placer su espacio a opiniones tan ridículas y dañinas como las de Enrique Lynch[15] y Vicente Verdú[16], abanderados de esa extensa, cobarde y bochornosa sociedad de hombres llorones que señalan temerosos la pérdida de sus centenarios privilegios. Por lo demás, en el porno no interesa la conciencia, se descalifica a los redimidos, se burlan de los arrepentidos[17] y hasta análisis brillantes como el de Andrés Barba y Javier Montes en La ceremonia del porno mantienen una prudencia práctica y cobarde: saben que entrar en valoraciones morales no vende, por lo que sus análisis semiológicos y semióticos obvian el hecho que está detrás del discurso: descifran los elementos estéticos y simbólicos de las ejecuciones olvidándose a propósito del destino de las víctimas. Todo esto conforma un panorama de unanimidad positiva, en el que cualquier crítica es sospechosa, un excelente caldo de cultivo de lo que podríamos denominar reaccionarismo inverso.NORMALIZACIÓN (‘PORNO CHIC’)
De Haro Tecglen[18] a Vicente Verdú, de Román Gubern a Salman Rushdie, de García Berlanga a Valentino Rossi[19], un nutridísimo elenco de escritores, analistas y famosos ha mostrado su admiración y sus respetos por el porno. La revista Interviú editó hace años una amplísima colección de películas porno acompañadas de unas separatas en las que, junto a algunos datos técnicos, incluían dudosos análisis que abundaban en los aspectos artísticos del asunto y en sus argumentos, y también columnas escritas por todo tipo de famosetes (de actores a cantantes) en los que éstos comentaban sus puntos de vista sobre el género (todos positivos cuando no exultantes), contribuyendo así de manera contundente y machacona a esa normalización del porno, reforzando la impresión de que el porno es divertido, sano (¡sano!), genial, y consagrando su introducción en la vida cotidiana. Algo también reforzado por la inmensa mayoría de los medios de comunicación (unos más que otros: la labor del Grupo Zeta y de Prisa, alentados por los beneficios económicos que la explotación de este material les ha proporcionado, ha sido infatigable), en los que la presencia de anuncios de prostitución tampoco deja de crecer. Así, la parrilla de Digital Plus se ha ido llenando de espacios dedicados al porno y sus taquillas han visto crecer los canales dedicados al porno (de los dos iniciales hasta los nueve actuales) en detrimento del cine de estreno, estrategia común a infinidad de canales locales y generalistas. Las películas de Digital Plus incluyen una sinopsis redactada siempre en términos “simpáticos”, con recursos tan pueriles como la rima fácil. Todo vale para relajar el asunto, para presentarlo como algo inofensivo, cachondo, y parece que la cosa funciona, que la gente se ríe con estas cosas. La Cadena SER celebró los 20 años del porno del Plus en un tono realmente festivo y lleno de risas. No sé por qué causa tanta risa el porno, me temo que serán risas nerviosas, al menos así acaban pareciéndolo. Aunque Digital Plus mantiene decisiones tan sonrojantes como no emitir porno durante la semana santa (sólo en taquilla). También El País Semanal ha analizado el asunto, lo ha llevado a su portada y no ha rozado siquiera la crítica, no ha planteado preguntas elementales, se ha esforzado en ofrecer al gran público una imagen saneada, normal y apetitosa del negocio … Sólo se denuncia la pederastia, aunque se permiten y se celebran las constantes referencias pedófilas en las películas de adultos, donde la referencia a niñas y adolescentes es apabullante, donde se explota la imagen y las actitudes infantiles, donde se aplauden las producciones de jóvenes que acaban de cumplir dieciocho años, donde se juega con la ambigüedad de las edades: el rollo teen, también conocido como barely legal (apenas legal), actrices o modelos pornos muy jóvenes, de apariencia casi infantil. Incluso quienes se atreven a cuestionarlo, acaban cayendo en sus trampas. En su última novela, Snuff, Chuck Palahniuk pierde una buena oportunidad de sacudir los mitos del porno. El escritor ha optado por la sordidez y la escatología en lugar de llegar al fondo del asunto, y ha perdido fuerzas y tiempo en confeccionar un innecesario muestrario de títulos presuntamente simpáticos en los que se recurre por enésima vez a la parodia de películas de éxito[20]. Una de las protagonistas, la representante de una actriz porno, afirma: “Da igual que una mujer sea una concubina o una damisela a redimir, nunca es nada más que un objeto pasivo para satisfacer las necesidades de un hombre”. Lo que parece una crítica incluye la aceptación de que el hombre necesita hacer lo que hace con las mujeres. Necesita escupirles, azotarlas, humillarlas, insultarlas. Por supuesto, los protagonistas del negocio también defienden su corralito. El productor de pornografía Larry Flynt afirma que la pornografía es vital para la libertad y que una sociedad libre y civilizada debe ser juzgada en función de su disposición a aceptar la pornografía. El ínclito Max Hardcore explica que comenzó a hacer porno porque en el porno que existía no veía lo que quería ver, y se divierte contando cómo las chicas que llegan a su casa no tiene ni idea de lo que les va a ocurrir. La sorpresa, la mentira, el chantaje, la amenaza, son sus armas. “El secreto está en pulverizar su voluntad, reducirla a pedacitos, y cuando ya sólo son pedacitos, machacarlos aún más”, afirma, entre risas. Podría pensarse que el caso de Max Hardcore representa lo peor de este negocio, de hecho hay compañeros de profesión que reniegan de sus prácticas porque les parecen muy extremas y porque dan una mala imagen del género, pero lo cierto es que sus hazañas beben del porno alemán y del japonés, y han creado escuela entre los nuevos productores estadounidenses y europeos. Sus modos y maneras son cada vez más habituales en las producciones más comerciales, viejas estrellas como Rocco o Vidal van cada vez más allá para no quedarse atrás (los salivazos, el gagging, los azotes, las hostias y los insultos son marca de la casa en ambos casos) y buena parte del porno emergentes se siente inspirado y legitimado por estos maestros. Cuando Rocco es preguntado por la violencia de sus películas[21] se defiende así: “La violencia es, sencillamente, la forma en que yo vivo mi sexualidad, y son muchas las mujeres que lo comprenden”. Algunas actrices reconocen haberse sentido maltratadas y asustadas por ellos, pero lo dicen con la boca pequeña para no poner en riesgo su posición, y en general se tiende a no darle demasiada importancia al asunto. Tampoco los analistas escapan a este efecto normalizador. Gabriela Wiener es una escritora peruana que se ha hecho famosa por “haber venido a España para follar con Nacho Vidal y escribirlo”. El hecho no es exactamente así: si alguien se molesta en leer su Sexografías comprobara que tal afirmación dista mucho de la realidad: después de definir tranquilamente (irresponsablemente) a Vidal como “el violador que toda mujer quisiera encontrar en su camino cuando se ha empalagado de hacer el amor”, Wiener relata un encuentro en el que Vidal le pide que le enseñe su vello púbico y se masturba corriéndose sobre sus zapatos. Tal acto es calificado por Wiener, incomprensiblemente, como su venganza personal en nombre de todas las mujeres que han sido maltratadas por Vidal. El peligro de sus tesis desesperadamente provocadoras quedó en evidencia en una mesa redonda del primer Festival Eñe denominada “Pornófilos” cuando Wiener negó la conveniencia de psicoanalizar su afición por el porno: “Si lo hiciera me vería como una nazi, descubriría que soy una racista, y eso no me gusta”. Por último, un crítico tan poco sospechoso como Jordi Costa afirma: “Pensar que las películas clasificadas X están muy orientadas a satisfacer las necesidades de los hombres degradando un poco a la mujer es uno de los prejuicios que suelen rodear al porno con los que estoy menos de acuerdo. El porno hay que verlo como fantasía: no hay que creérselo a pies juntillas. Es una ficción que, por así decirlo, ocurre en un universo de pasiones excesivas en el que no rigen las mismas reglas morales que en nuestra vida. Por otro lado, hay muchas mujeres dirigiendo porno y lo que hacen no es, en muchas ocasiones, precisamente suave. El porno para mujeres más blando y paternalista suelen hacerlo hombres que creen que, detrás de cada mujer, hay una Heidi que prefiere una caricia a un pasional mordisco”. Y añade: “El porno gusta porque es la sublimación de nuestras fantasías más íntimas en forma de gran espectáculo”. Exacto: el espectáculo de la agresión a la mujer[22]. La inspiración es uno de los grandes efectos de esta normalización del porno. La televisión, el mundo pop, los videoclips, el cine, la publicidad[23]… están cada vez más influidos por la estética y la ética pornográfica.EFECTOS Y CONSECUENCIAS (‘CUMSHOTS & BUKKAKES’)
Podemos encontrar teorías sobre los efectos de la pornografía totalmente contrapuestas. Sus defensores alaban sus “virtudes pedagógicas” o insisten en la imposibilidad de vincular conductas o hechos violentos a la contemplación de pornografía, y sus detractores recuerdan que una de las motivaciones fundamentales del consumo de pornografía es la de adquirir nuevas ideas y propuestas para después ponerlas en práctica. Algunos estudios demuestran que, como mínimo, la pornografía deja la impresión en los espectadores de que el sexo irresponsable no tiene consecuencias adversas. Otros detallan numerosos cambios en la conducta sexual después de exponerse a la pornografía, incluyendo la trivialización de la violación. Hay quienes definen la pornografía como una descalificación de la sexualidad que internaliza ideas destructivas en asociación con la misma. Es algo muy cercano a nuestra tesis del secuestro del sexo. Con todo, lo peor del porno es que es impune. Quien quiera ganar una fortuna maltratando a mujeres puede hacerlo sin temor. Nadie le molestará, nadie le criticará, se hará rico y será aplaudido. Los seguidores de este género podrán declararlo orgullosamente. Se declararán misóginos sin problemas y serán felicitados y admirados.No se trata de salvar el porno (por mi parte ¡que se joda el porno!) pero sí de plantear sus límites. No se trata tampoco de recurrir a la censura, por ineficaz y porque provocaría el clásico discurso falaz de ir contra la libertad de expresión. Se trata de controlar cómo se genera el producto, de luchar contra la exaltación del terrorismo de género. Hay una manera muy sencilla de hacerlo: adecuarse a los derechos humanos. Andrés Barba y Javier Montes recuerdan en su citado ensayo que Potter Stewart, juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos, sentó las bases de jurisprudencia en estos asuntos manifestando que “no sabía definir la pornografía pero sí era capaz de reconocerla”. Del mismo modo, aunque alguien no sepa definir estos límites, sí será capaz de reconocerlos. Y si tiene alguna duda, puede resolverla con un ejercicio muy simple: ponerse durante un momento en el lugar de esas mujeres. Verá cómo entonces entiende al instante que el porno es, simplemente la celebración de un crimen.
Fotografía de portada y primera del interior del texto de Kathryn. Fuente: https://elestadomental.com