Más allá del clásico porro, sabemos que el cannabis, lo que conocemos como marihuana, tiene propiedades terapéuticas con menos efectos adversos que muchos medicamentos. Pero, ¿para qué sirve realmente? ¿Cómo puede utilizarse? ¿Es realmente una alternativa para todas?

El negocio del CBD
Algunas empresas han visto en esta necesidad de encontrar alternativas más naturales para aliviar las dolencias cotidianas y los síntomas de algunas enfermedades, desatendidas institucionalmente y que son un nicho de mercado, por lo que cada vez más personas se suman al carro de la comercialización de productos cannábicos. Sobre todo de productos con CBD. Empresas como The Beemine Lab, Yuyocalm o Sativida, por ejemplo, diseñan, crean y venden aceites ingeribles, tópicos y cremas con CBD, aunque en la lesgislación española encuentran algunas trabas. Christina Schwertschlag, encargada de la investigación y el diseño de productos de The Beemine Lab, comenta que no pueden poner explícitamente, ni sugerir, en sus etiquetas que el producto puede ser ingerido. Tienen que venderlo como cosmético. Patricio Rodríguez comenta que la falta de regulación provoca que se estén vendiendo en internet multitud de productos sin apenas garantías: “Nadie te garantiza que ese aceite sea, efectivamente, del 5, del 10 o del 20 por ciento de CBD. Hay que cruzar los dedos y pensar que, en el peor de los casos, el producto es inocuo”. Hasta que no se regule, explica, la fiabilidad de los productos es dudosa. El CBD se está comercializando en la Unión Europea (UE) desde hace tiempo, se puede encontrar hasta en Amazon. Solo cuando algún organismo encargado del consumo de algún país de la UE descubre un peligro para la salud (por ejemplo, “el 18 de abril de 2019 España realizó una notificación de productos como galletas y chocolates procedentes de los Países Bajos por contener derivados de cannabis no autorizados, a raíz de una inspección de la Policía Local y de la Unidad de Estupefacientes de la Comisaría de la Policía Nacional”, según recuerda la Fundación CANNA), procede a retirar el producto, abre una investigación sobre el mismo e implica al resto de países miembros para que hagan lo propio en sus territorios. Se que trata de una “depuración selectiva a partir de un sistema basado en la denuncia o delación”, cuenta la Fundación CANNA. Miguel Torres es abogado y profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Barcelona. Explica que mucha gente tiene una idea equivocada sobre la legalidad del cáñamo del que se extrae el CBD: “Se partía de la base de que el cáñamo con menos de 0,2 por ciento de THC es siempre legal. No es correcto. El cáñamo con menos de 0,2 por ciento de THC solo se puede cultivar sin permiso si se destina a usos industriales, que solo son la producción de fibra y de semillas. Las flores del cáñamo, aunque tengan menos de 0,2 por ciento de THC, se consideran siempre estupefacientes” y tanto el cultivo como la extracción en España están sujetas a la autorización de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). Actualmente, según la Fundación CANNA, la AEMPS ha concedido autorización a cinco empresas en España para el cultivo de cannabis con fines de investigación, y una sola autorización para la producción de derivados de extracciones de cannabis. “Como el cannabis medicinal no está regulado -exponen-, el cultivo de cannabis o la producción de derivados para su comercialización solo se permite en caso de exportación a una empresa debidamente autorizada en su país de origen”. La Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) publicaba en marzo de 2019 una nota informativa que especificaba que “la empresa que desee comercializar estas partes de la planta Cannabis sativa L (flores, hojas y tallos), extractos y cannabinoides, en el ámbito alimentario, deberá presentar una solicitud a la Comisión Europea conforme a lo establecido en el reglamento sobre los nuevos alimentos”. En cualquier caso, solo las vitaminas y minerales pueden reconocerse como complementos alimenticios, no las plantas, de forma que no resulta legalmente posible registrar en España un complemento alimenticio hecho a base de cáñamo. Pero existe un resquicio de posibilidad, un vacío legal, que es a la que se acogen empresas que comercializan productos con CBD en España: “En caso de que el producto esté elaborado y haya sido puesto legalmente en el mercado de un país de la Unión Europea, en virtud del principio de reconocimiento mutuo, las autoridades españolas no pueden oponerse a la comercialización de un suplemento alimenticio elaborado con cáñamo en la UE”, explican desde la Fundación CANNA. En The Beemine Lab, a partir de ahí, lo que hacen es comprar el CBD ya extraído y sintetizado en Suiza, elaborar sus productos con una empresa cosmética y venderlo aquí, en el Estado español. Christina Schwertschlag, que es natural de Boston (Estados Unidos), siempre tiene el ojo puesto en cómo su país de origen está, desde hace unos años, abriendo la puerta a la permisividad sobre los cannabinoides. Recuerda que “es curioso porque fueron los primeros en prohibirlo. Hace unos 120 años tú comprabas una tónica de Cannabis Sativa L en tu farmacia”. “El cannabis siempre se ha usado -dice-, pero llegó alguien y dijo que no, que las drogas son malas y que a partir de entonces la hierba iba a ser igual que la heroína”. Y el estigma ha inundado todo lo que rodea al cannabis. Pero la planta es muy rica. Schwertschlag echa de menos, también como consumidora, más estudio clínico y más información, para que se pueda “ser un consumidor consciente de lo que toma, responsable y con capacidad de elección”. “Espero que se legalicen de forma medicinal todos los cannabinoides, no solo el CBD, y que las personas puedan tener la libertad de decidir si para el dolor que le provoca el tratamiento del cáncer prefiere fumarse un peta y que no le criminalicen por ello”, sentencia.Para unas pocas
La revista Forbes contaba en 2017 que las mujeres son “más propensas que los hombres a usar CBD” y que tienden a abandonar la “medicina tradicional” tras probarlo. También resumía que las razones más comunes por las que las personas usan CBD, según una macroencuesta, fueron “para tratar el insomnio, la depresión, la ansiedad y el dolor en las articulaciones”, según el doctor Perry Solomon, de HelloMD, una comunidad online que reúne a personal médico y pacientes relacionados con cannabis. “El 42 por ciento de los usuarios de CBD dijeron que habían dejado de usar medicamentos tradicionales como los analgésicos Tylenol o medicamentos recetados como Vicodin y habían cambiado a usar cannabis en su lugar. El 80 por ciento dijo que encontró que los productos eran ‘muy o extremadamente eficaces’”. El diario El País, como Forbes, también quiso hablar en 2019 sobre el negocio del CBD. En agosto de 2019 se esperaba que, para finales de ese año, “el mercado europeo del CBD tuviera un valor de 376 millones, un aumento del 30,82 por ciento” respecto al ejercicio anterior. Parece que hay hueco. Así lo cuenta Christina Schwertschlag en clave de humor. Parece que, a pesar del estigma y de la falta de informes certeros, los cannabinoides en general, y el CBD en particular, tal como lo reflejan personas que los consumen, son útiles y casi podrían constituirse en toda una alternativa a muchos medicamentos para el dolor producidos y comercializados por grandes farmacéuticas. Algunas mujeres lo consideran un aliado, ya que han encontrado en el cannabis un alivio a sus dolores menstruales, a la ansiedad o a los dolores derivados de enfermedades que les afectan mayoritariamente, como la fibromialgia. Pero surge un traba más, una cuestión insalvable: la accesibilidad. ¿Quién puede ser una consumidora consciente con capacidad de elegir cómo tratar sus dolencias cuando un bote de 10 mililitros de CBD cuesta entre 89 y 197 euros? El especialista en cannabis Patricio Rodríguez comenta que “se podrían vender a menos de cinco euros”, incluso, pero la falta de regulación, opina Rodríguez, provoca que las empresas puedan establecer los precios que consideren. Entonces, ¿cómo podría ser una alternativa consumir cannabinoides si la mayoría social no puede permitírselo? ¿Tiene sentido que un movimiento que surge para ofrecer alternativas y mejorar la calidad de vida al margen de los límites del sistema coloque a la salud y el buen vivir, de nuevo, en un lugar de privilegio? Al margen del negocio que ha emergido detrás de las propiedades terapéuticas del cáñamo, hay asociaciones y colectivos presentes en los barrios que promueven una producción y consumo más autónomo de los cannabinoides. En Growbarato.net, por ejemplo, ponen a disposición del público guías sobre cómo cultivar variedades de la planta con alto contenido en CBD y muy bajo o nulo en THC, aquellas que, como dicen, “todo el mundo pueda consumir, sin riesgo de sufrir ningún tipo de efecto psicoactivo”. También se pueden encontrar en su blog recetas para, a partir del cultivo de la planta, elaborar aceites cannábicos caseros. “Yo recomiendo en todas mis charlas que, antes de recurrir a esos productos, recurras a las flores de Cannabis Sativa. Es un producto natural, lleva el full spectrum, y hay montones de variedades en las que los niveles de THC son muy bajos o prácticamente nulos y los niveles de CBD son aceptables. Es mucho mejor consumir flores naturales que concentrados o extractos que, insisto, hasta que no haya regulación, la garantía es cero”, concluye Patricio Rodríguez.Artículo escrito por Andrea Liba el 15 de abril de 2020 para Pikara Magazine
Fuente original: Pikara Magazine