El ocio nocturno es una vía de diversión para cientos de miles de jóvenes cada fin de semana. También un espacio en el que se producen múltiples violencias sexuales, algunas de las cuales no se identifican como tales. Un informe recoge el testimonio de chicas y chicos sobre las circunstancias en las que se producen esas agresiones y la percepción que existe sobre ellas.
Comenzó hace cinco años en un departamento de estudio de las drogas de la Fundación de Salud y Comunidad. Las investigadoras se percataron de que los estudios sobre ocio nocturno incidían en cosas de tíos —peleas, destrozo de mobiliario urbano, multas, malos vinos, el rollo de siempre— y se invisibilizaba la violencia sexual que ocurre en la noche. Ana Burgos (Huelva, 1980) ha retomado este año el resultado de esas investigaciones, que cada año da lugar al Informe Noctámbulas, sobre la relación entre el consumo de drogas y las violencias sexuales en contextos de ocio nocturno. De la pura investigación se ha ampliado hasta la formación y dinamización comunitaria. Este año, el efecto arrastre de Me too, ha amplificado el contenido de un informe extenso en su investigación, que da una conclusión clara: el alcohol es la droga que más influye en la violencia sexual. Pero eso no lo explica todo. ¿Tanto cambiamos cuando bebemos? ¿Influye el alcohol en los varones hasta convertirnos en potenciales acosadores o violadores? El alcohol funciona como un distractor de dinámicas que están relacionadas con la desigualdad de género. Más que haga que os convierta en potenciales violadores, tiene que ver con que con el consumo de alcohol hay todo un imaginario diferencial y desigual, asociado con el consumo de alcohol por mujeres y hombres que hace que se produzca un clima de impunidad. Cuando los chicos beben, suele pasar que el alcohol funciona como un atenuante, tanto social como a nivel legal. Hay un montón de sentencias judiciales que han rebajado la pena de agresores porque iban borrachos, esto de “es que no sabe lo que hace porque iba bebido”, “son cosas que pasan” “no era él, era el alcohol” es un mensaje que está presente en nuestro imaginario. Sin embargo, cuando las chicas beben, se las culpabiliza de la violencia que reciben, suele funcionar como un atenuante para ellos y se convierte en un agravante para ellas.
«Denunciarlo más, identificarlo más y que las chicas tengan más herramientas para hacer frente a ello, hace que los chicos se lo tengan que pensar dos veces antes de agredir»
También hay un informe de un análisis de género relativo al consumo de drogas. El consumo de drogas está asociado a la masculinidad, es una transgresión de las normas sociales que a la masculinidad se le permite y que a las mujeres se les limita. Cuando las mujeres transgreden la norma legal al tomar una sustancia ilegal o social al beber mucho, no solo se las penaliza por transgredir esas normas sino también por transgredir las normas de género de ser personas prudentes y cuidadas. Por lo que hay toda una culpabilización de las mujeres cuando consumen y este imaginario de culpabilización de ellas y responsabilización de ellos hace que los chicos, de alguna manera, sepan que pueden agredir sin ninguna consecuencia en este ocio nocturno. ¿Se consigue romper con la idea de que en fiestas todo vale? Más que romper, lo cierto es que se está empezando a visibilizar. No está dejando de pasar, pero se está denunciando mucho más. Vemos una evolución aunque solo llevemos cinco años. El movimiento feminista ha hecho un esfuerzo. Las chicas a las que entrevistamos identifican más que hace cinco años situaciones que antes eran normalizadas como situaciones de violencia. Que te toque el culo un tío en una fiesta antes no lo consideraban violencia, tenían argumentaciones como “son unos pesaos, sí, pero es que los chicos son así”. Denunciarlo más, identificarlo más y que las chicas tengan más herramientas para hacer frente a ello, hace que los chicos se lo tengan que pensar dos veces antes de agredir. La violencia tiene que ver con el sistema patriarcal, con el sistema de desigualdad de género desde la más tierna infancia, por lo que si no intervenimos en este sistema desde un montón de espacios, sobre todo en el espacio educativo formal e informal, desde que somos muy jóvenes, pero también desde los medios de comunicación, difícilmente se van a erradicar las violencias, tanto las violencias sexuales como otro tipo de violencias de género. La propuesta es dejar de educar a “machitos violentos y princesitas indefensas” si queremos dejar de decir “ni una menos” ¿Por qué estos contextos de ocio nocturno favorecen la violencia? Aparte de esta concepción desigual del consumo por parte de jóvenes, la fiesta es un espacio que se relaciona con la sexualidad. Parece que una fiesta acaba bien cuando hay sexo. Lo cual estaría muy bien si no estuviéramos socializadas y socializados en la sexualidad de una manera absolutamente desigual: mujer pasiva, hombre activo. Hay toda una socialización desigual, que en el contexto nocturno se pone en juego, porque son espacios clave de ligoteo. Por otra parte, en el espacio de ocio nocturno se da el “todo vale” que está muy presente, se rompen normas de la cotidianidad. Hay una serie de situaciones que si se dan de día en un contexto no festivo, por ejemplo, en el autobús si te cojo el culo (algo que también pasa) seguramente la respuesta y desaprobación social será mucho mayor. Es como el carnaval a micro escala, una ruptura de normas o de la corrección política que de día todo el mundo muestra. Una corrección política en los discursos que después no se corresponde con las prácticas reales. ¿Y cómo influye el mercado, el sistema en lo que vivimos? En el informe habláis del contexto general de mercantilización de los cuerpos las mujeres, hipersexualización en marquesinas, en autobuses, etc. El ocio nocturno en general es un contexto profundamente capitalista y patriarcal. Nos cuesta mucho hacer trabajo con locales de ocio nocturno, porque su objetivo es ganar dinero. Da igual lo que pase con tal de que el negocio funcione, y si funciona poniendo las entradas gratis para las mujeres a las discotecas para que sean un reclamo publicitario de consumo para los chicos que van a ellas, no van a tener problema en hacerlo, y si una fiesta va a llenar más gente con una cartelería de mujeres hipersexualizadas y cosificadas, pues tampoco. En las dinámicas del ocio nocturno se trata de vender el máximo alcohol a los jóvenes posible en muchos casos sin medidas de prevención de consumo abusivo y sin medidas de prevención con perspectiva de género.
«Las nuevas tecnologías han sido también herramientas de autodefensa, como las aplicaciones de las chicas para avisarse cuando llegan a casa o identificar donde ha habido violadores»
En talleres que hago ahora respecto del consumo de alcohol se habla mucho de la realidad de los chicos, se dice “no bebas mucho, te pones súper violento, te pones to machito…” No se habla de la realidad de las mujeres, no hay una sensibilización por parte del sector de ocio nocturno respecto a la violencia de género o a la desigualdad de género y muchas veces tampoco hay interés. Las reglas de la venta de bebidas alcohólicas o entradas de discotecas o conciertos —pero también de otros productos, como coches o perfumes— se ha caracterizado siempre por igualar a las mujeres con el producto. ¿Han ampliado los teléfonos móviles los límites de violencia que tienen que tolerar las mujeres en esos espacios nocturnos? Las violencias son camaleónicas. Se van rearticulando en función de los medios que tienen, si ahora tienen Tinder, pues Tinder, como si ahora tienen WhatsApp, pues WhatsApp, pero si antes tenía la publicidad en el periódico pues la publicidad en el periódico. Los canales donde se ejercita la violencia están diversificados pero no ha aumentado la violencia en sí. Hace 60 años había la misma violencia, lo que pasa es que se daba de forma diferente. A veces nos echamos las manos a la cabeza porque hay canales que no entendemos, desde nuestro puretismo, nos cuesta entender esto. Hay que entender que las nuevas tecnologías han sido también herramientas de autodefensa, como las aplicaciones de las chicas para avisarse cuando llegan a casa o identificar dónde ha habido violadores. Hay que evitar una mirada tecnofóbica. Han posibilitado nuevas violencias pero también nuevas resistencias. ¿En qué crees que tenemos que mejorar para entender que las actitudes que se daban en los años 60 no son tolerables ni entonces ni ahora? No creo que sean circunstancias tan diferentes, creo que es diferente cómo vivimos la sexualidad, y la noche y la fiesta, pero no creo que sea muy diferente cómo se ejercen las violencias. Cuando hacemos talleres es muy habitual que la gente mayor diga que eso en su época no pasaba, que la gente joven diga que es una cosa del pasado y que la gente que estamos en torno a los cuarenta digamos que la gente joven está fatal y que también es una cosa del pasado. Trabajando con mujeres mayores muchas te hablan del baile y que era en mitad del baile cuando se producían violencias reales, fuertes, con los chicos. Todos los mensajes de “no vuelvas a casa sola”, que son un punto en el que incidir, se daban y se siguen dando. Sería interesante revisar cómo seguimos responsabilizando a las chicas de prevenir las violencias que sufren. Es habitual, incluso en madres feministas, que alerten a las chicas: “No vayas por ahí” “avísame cuando llegues”, etc. Es importante para que conozcan las estrategias de autodefensa, pero seguimos responsabilizando a las chicas de no recibir violencia y no educando a los chicos para no ejercerla. Muchas de las veces alertamos de las violencias en espacios públicos cuando la mayoría de las violencias se ejercen en casa. En el ocio nocturno en concreto hay más diversificación, pero un 80% de la violencia sexual total se da por parte de personas conocidas y en espacio doméstico, del padre, del hermano, del vecino, del amigo del padre. ¿Hasta qué punto el hecho de que un tema como la violación de La Manada en Sanfermines —que que se haya convertido en objeto también de seguimiento de prensa— sirve en una estrategia de pedagogía o perjudica el tratamiento informativo morboso que provoca? Los medios son fundamentales tanto para hacer frente a la violencia como para perpetuarla. Es positivo que se hable de esto, otra cosa es cómo se está tratando mediáticamente. En el caso de La Manada creo que ha dejado mucho que desear, en general, el tratamiento informativo que se le ha dado. Nunca se apunta a las causas de la violencia. Se cuestiona a la víctima y además, como dice Beatriz Gimeno en un artículo, que está muy chulo, “A quién estamos juzgando”, los casos de violación o de violencia sexual en general, son los únicos en los que no sólo hay que demostrar la culpabilidad del denunciado sino incluso la inocencia de la denunciante. Sería interesante un tratamiento informativo con perspectiva de género. Ya hay algunos medios que se están poniendo las pilas en este sentido. Hay que dejar de dar mensajes alarmistas como “esto es una lacra social” cuando es una manifestación de la desigualdad de género como cualquier otra. No es una lacra, como dice el lema feminista, los violadores de La Manada son “hijos sanos del patriarcado”. ¿Cuál es la percepción que se tiene de los efectos que tienen las otras drogas, en concreto de las drogas de inhibición de la voluntad, la famosa burundanga? ¿cómo se usa? ¿se usa? Con las drogas de sumisión química es necesario romper mitos. Hay estudios epidemiológicos de los que no te puedo dar detalle, porque no vengo de la biomedicina, pero parece que no hay ninguna sustancia que pueda anular la voluntad, que lo de soplar en la cara tampoco es como muy común.
«Hay que resaltar que muchas de las violencias que se dan en el ocio nocturno son por parte de personas conocidas, también por parte de la pareja, de amigos, personas que acabas de conocer, etc.»
El sistema en general es introducir en la bebida drogas sintéticas GHB o éxtasis. Se trata de drogas mas generalmente consumidas por jóvenes al salir de fiesta. Creo que hay un montón de mitos alrededor de la burundanga. Salió en prensa hace meses que en España sólo se había detectado un caso con lo cual, por lo cual creemos que es más una alarma que una realidad. El método de poner droga en la bebida está siendo usado por un tipo de agresores, que son agresores que ejercen sumisión química premeditada, que ya saben que van a drogar a una persona para tener actos sexuales en contra de su voluntad, no consentidas. Sin embargo, el Consejo de Europa habla de dos tipologías, que son la sumisión química premeditada y la sumisión química oportunista. La segunda es una situación en la cual un agresor aprovecha el estado etílico o alteración de conciencia de la victima para agredirla sexualmente. Esta es la tipología de sumisión química más común pero que no visibilizamos porque todavía seguimos con ciertos mitos que tienen que ver con que el agresor es una persona malvada, oscura, que se esconde en un callejón o que va a la fiesta a drogar a las mujeres, y sacamos al agresor de esta cotidianidad de la que te hablaba de desigualdad de género. Hay que ampliar un poco la mirada en qué tipo de violencia se da al salir de noche y cuando vemos que la violencia no es solo la violación con fuerza física sino que tiene que ver con otro tipo de prácticas como acorralamientos, tocamientos indeseados, persecuciones, acosos y otra clase de violencias así, pues el agresor toma otra cara. También resaltar que muchas de las violencias que se dan en el ocio nocturno son por parte de personas conocidas, también por parte de la pareja, de amigos, personas que acabas de conocer, del primo de Pepito que ha venido de no se dónde, y la mayoría de los relatos así lo demuestran. ¿La situación en la comunidad LGTB es igual? La verdad es que no tenemos datos concluyentes. En un informe público, como en este caso, los protagonistas tienen que ser personas gay o personas lesbianas que estén trabajando dentro y me parece entrometerme en un ámbito en el que no soy protagonista y si no se hace con mucho cuidado podría provocar la estigmatización de este colectivo. No digo que no se tenga que hablar, pero creo que hay que hacerlo con mucho cuidadito. Yo llevo un año, si los recursos aumentan o alguien se anima, alguien externo, persona gay o lesbiana, yo encantada, debemos tener mucho cuidado de no reforzar la discriminación que sufre el colectivo. Más allá de las conclusiones que hayáis podido sacar, ¿cómo crees que viven estas chicas y chicos todo el temazo que está sobre la mesa? Hay diferencia entre las chicas y chicos, en general las chicas sí que están identificando la fiesta como un espacio de violencia que no quieren tolerar, identifican las violencias de su entorno también cuando no las llamas violencia. También cuando no hablas de víctimas. A la hora de hacer investigación, hay que tener cuidado en el lenguaje a usar. Cuando hablamos de violencia hablamos de violencia explícita y visible y cuando hablamos de victima por ejemplo contribuimos muchas veces al estigma que conlleva la palabra víctima. Hemos visto a chicas muy hartas de las violencias que ocurren en su entorno. También hay chicas —esto le pasa en general a los chicos— que lo ven como un fenómeno aislado o puntual, que dicen “bueno, ese es un colgao” “ese no se sabe controlar”. Vemos que hay dos tipologías de chicas, lo ven como algo estructural cotidiano y continuo o lo externalizan y lo ven como un fenómeno puntual. Los chicos tienden más al segundo caso, porque verlo como algo continuo sería la posibilidad de identificarse como autor de la violencia. Los chicos en general no se identifican. Hay un concepto que es el de «agresor fantasma»: así como en relatos y encuestas vemos que hay muchas chicas que reconocen haber sufrido alguna situación de violencia, pocos chicos se identifican como agresores.
«La propuesta de este informe, que se irá ampliando y revisando, es hablar de consentimiento afirmativo y consentimiento entusiasta: solo sí es sí»
Creo que también tenemos que trabajar en este sentido porque, aunque algunos no lo hayan querido decir, es que muchas veces no lo identifican, no están educados en el consentimiento para ciertas prácticas. No saben reconocer la violencia: ser baboso, perseguir, no es ligar, es agredir. Hacer trabajo en este sentido sería interesante para que los chicos identificaran las violencias. Última pregunta ¿qué quieres destacar? Este año estamos dando muchas vueltas nosotras, otras feminista y otras autoras expertas en violencia sexual, a la utilidad y pertinencia del lema «No es no», que si bien es potente a la hora de identificar la violencia, vemos que tiene algunas fallas. El «No es no» implica algo que tiene que ser rechazado, el ‘no’ parece que es algo en lo que alguien tiene la iniciativa y algo a lo que hay que poner un límite. Pone a las mujeres en lugar de receptoras del deseo del otro. También vemos, y en el caso de La Manada ha sido brutalmente visible, que muchas veces las mujeres no pueden decir que no, y se las cuestiona porque no dijeron no, porque a veces negocian su propia vida, o miedo a su integridad física o personal. Y otras no pueden decir que no porque hay un montón de estigmas que atraviesan a las mujeres. Cuando dicen ‘no’ se las puede tachar de estrechas, de mojigatas, cuando dicen ‘sí’ son fáciles y putas. Y cuando son simpáticas con un chico y se las llama calientapollas. Estos estigmas limitan la libertad sexual de las mujeres. Y muchas veces inciden en su capacidad de decir que sí o que no tranquilamente. La propuesta de este informe, que se irá ampliando y revisando, es hablar de consentimiento afirmativo y consentimiento entusiasta: solo sí es sí. Todo lo que no sea un sí activo, verbal y explícito es un no. También hay que hablar del deseo, no solo hablar de que las mujeres consientan sino educarlas para que sean agentes activas del deseo, que tiene un papel fundamental en las relaciones sexuales. Que nosotras no conozcamos nuestra propia sexualidad o que estemos desconectadas de nuestro cuerpo, muchas veces hace que no identifiquemos situaciones de violencia sexual.
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Fuente original: https://www.elsaltodiario.com/juventud/ana-burgos-observatorio-noctambulas-agresiones-sexuales-ocio-nocturno#