Al debate sobre el cierre de los locales de ocio nocturno para prevenir el covid -especialmente entre las personas jóvenes- debemos aproximarnos desde una mirada compleja. Parece evidente que los tiempos y espacios de ocio nocturno llevan consigo un mayor relajo y por tanto una mayor laxitud en las medidas de protección.
No soy epidemióloga. Sin embargo, sí conozco algo mejor cómo funcionan los mecanismos humanos por los cuales se pueden producir cambios actitudinales y conductuales que prevengan comportamientos de riesgo para la salud. En este punto debo decir que las prohibiciones no suelen ser casi nunca útiles para prevenir conductas de riesgo. Sí lo son en cambio las estrategias de sensibilización y regulación. También debo decir que focalizar y culpar a las personas jóvenes de los rebrotes difícilmente tendrá un efecto muy transformador de la situación. Vamos por partes.
En primer lugar: que las prohibiciones (en este caso los cierres de establecimientos) consiguen cambiar comportamientos es una fantasía que se ha repetido numerosas veces a lo largo de la historia y ha demostrado no ser muy útil. Prohibir significa invisibilizar una realidad y pretender así que no existe. En este caso, cerrar los locales de ocio nocturno, si bien es cierto que puede reducir en cierta medida la ocurrencia de eventos masivos, provocará que estos ocurran de forma más invisible y clandestina. Aunque no sea agradable tomar conciencia de ello, los meses de confinamiento y la presión a la que ha estado sometida la ciudadanía -en distintos grados en cada caso- ha hecho mella y por tanto es poco probable que ante el cierre de locales las personas dejen de buscar opciones para disfrutar del ocio y la noche; ante esta realidad cualquier opción que no pueda estar controlada y regulada puede presentar mayor riesgo de contagio. Podríamos prohibir entonces los encuentros en espacios abiertos y así ir prohibiendo sucesivamente pero siempre habrá una manera de encontrar ese ocio, ese encuentro y esa diversión. Está en la naturaleza humana. Así pues, me pregunto: ¿no sería mejor continuar con un ocio nocturno más organizado, con más medidas de seguridad, acompañado de campañas específicas de sensibilización y de responsabilización que vayan directamente dirigidas a las personas que hacen uso de estos espacios? Es cierto que existirán riesgos, pero pueden ser conocidos y controlados.
En segundo lugar, últimamente escuchamos como un mantra que entre el colectivo de personas jóvenes es donde se están produciendo los mayores rebrotes. No es del todo cierto. Ha habido rebrotes en reencuentros familiares de todas las edades, también en el ocio nocturno, pero no solamente de jóvenes, en establecimientos como bares y restaurantes, etcétera. Así pues, ¿por qué en lugar de infantilizar a las personas jóvenes tildándolos de irresponsables no buscamos la manera de entender cuál es su visión del mundo en este momento de su vida y promover su responsabilidad ante la pandemia?