«Como paciente que se ha curado de vaginismo, me gustaría explicar en este artículo la relación que considero que hay entre el vaginismo, el falocentrismo y el feminismo», escribe la autoraEl vaginismo “es un espasmo de los músculos que rodean la vagina que ocurre en contra de su voluntad. Los espasmos cierran la vagina y pueden evitar la actividad sexual y los exámenes médicos”, según MedlinePlus, un servicio informativo de salud de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos (NLM). Se trata de una patología sexológica que puede o no tener causas. Trauma, abusos sexuales o factores de salud mental son algunas de ellas. El tipo de tratamiento que requiere es una combinación de terapia física, educación, asesoría y ejercicios de Kegel (contracción y relajación de los músculos del piso pélvico). También se recomienda la dilatación vaginal mediante dilatadores plásticos, involucrando a la pareja, si tiene. El vaginismo suele provocar o venir acompañado de ansiedad y sentimientos autodestructivos. Como paciente que se ha curado de vaginismo, me gustaría explicar en este artículo la relación que considero que hay entre el vaginismo, el falocentrismo y el feminismo. Creo que la sexología es algo en lo que no nos fijamos suficiente, y el vaginismo es un ejemplo de ello. Cuando hablo con personas sobre la patología que sufrí, muy pocas saben lo que es. Me sorprendió mucho en un primer momento, porque es una patología que está muy relacionada con problemas que derivan del sistema patriarcal en el que vivimos: el vaginismo que puede estar causado por abusos sexuales y factores psicológicos. Cuando acudí a la ginecóloga por no poder usar tampones tenía mucho miedo y constantes pensamientos autodestructivos; creía que era la única persona a quien le pasaba y pensaba que yo era “defectuosa” sexualmente, que no era capaz de tener relaciones sexuales placenteras ni de hacer que otra persona las tuviera. Me costó mucho acudir al médico y recuerdo sentirme muy mal conmigo misma. ¿Cómo puede ser que nos despreciemos de esta forma? ¿No deberíamos ser libres de disfrutar nuestra sexualidad a nuestra manera? Nuestra sociedad impone que el sexo es el coito, y que el placer se centra en el hombre cis. Tengo muchas amigas que han fingido orgasmos varias veces. “A veces para satisfacer a mi pareja, para que no sufra pensando que lo hace mal, y otras veces para que se acabe la relación sexual”, me respondió una de ellas cuando le pregunté por qué lo hacía. Es grave que haya bastantes mujeres que vean las relaciones sexuales como un “tiene que pasar” o que antepongan que el hombre se sienta bien antes que su propio placer. Esto, tan normalizado en nuestra sociedad, es una señal de que la concepción general del sexo es falocentrista. De todos modos, quiero añadir que también existen patologías sexológicas relacionadas con los genitales denominados masculinos a las que no se da visibilidad ni aceptación social.
«Nuestra sociedad enfoca la sexualidad centrando el placer en el falo y en la penetración»Según la revista de psicología Psicología y mente, el término falocentrismo “hace referencia al ejercicio de ubicar al falo en el centro de las explicaciones sobre la constitución psíquica y sexual”. El concepto proviene de las teorías de Freud sobre la sexualidad. Autoras como Makaryk objetan que el falocentrismo se refiere a “un sistema de relaciones de poder que promueven y perpetúan el falo como el símbolo trascendental del empoderamiento”. No hay duda de que nuestra sociedad enfoca la sexualidad desde un punto de vista totalmente falocentrista, centrando el placer en el falo (entendiendo como pene y genitales masculinos) y en la penetración. Esta visión deja apartadas a muchas otras formas de sexualidad. En el modelo mayoritario de sexualidad de nuestra sociedad cisheteropatriarcal toda la sexualidad se orienta y gira en torno al falo, el cual es el objeto de todo el deseo, capaz de atraer y absorber el conjunto de la energía erótica de las mujeres. Prácticamente todo el mundo entiende “acto sexual” como coito. Las mujeres muchas veces son tratadas como un objeto sexual, sea explícita o implícitamente, y eso puede llevar a que se piense que el deber de las mujeres es satisfacer al hombre. Un ejemplo muy claro es cómo son tratadas habitualmente las mujeres en la publicidad, sirviendo como llamada de atención al sexo masculino. Es habitual que las sesiones de sexualidad en centros educativos están centradas en la cisheterosexualidad en pareja, invisibilizando en muchos casos el gran espectro que es la sexualidad humana. Aún no he sabido de ninguna sesión sobre sexualidad en centros educativos donde se hable de las patologías sexológicas. Este último dato me parece –y también a la sexóloga que me trató- especialmente preocupante teniendo en cuenta varias estadísticas. Para empezar, el 6,3 por ciento de las españolas tiene dificultades para llegar al orgasmo, el 4,1 por ciento padece dispareunia (vaginismo en menor grado, es decir, molestias durante el coito) y un 2,8 por ciento padece vaginismo. Según el proyecto Salud Pélvica, entre el 5 y el 10 por ciento de las mujeres sufren vaginismo o dispareunia. La sexóloga que me ayudó me explicó que muchas personas que sufren vaginismo acaban evitando cualquier tipo de encuentro sexual por miedo, y que la mayoría de las personas que acuden al médico lo hacen años después de percatarse del problema. ¿Por qué sucede eso? Por miedo. Yo misma he tenido este miedo a ser la única persona a quien le sucede, a que no exista solución al problema, a que nadie me acepte o me quiera a causa de ello, a las dificultades en las relaciones sexuales… Y personalmente me parece muy negativo que no se explique en la escuela. Yo misma me he encontrado con varias personas que no comprendían la situación y la menospreciaban, con argumentos como “pero si ponerse un tampón es muy fácil”. En una sociedad como la nuestra es difícil integrar el vaginismo, ya que junta dos tabús muy significativos: la enfermedad psicológica y el sexo.
Entre el 5 y el 10% de las mujeres sufren vaginismo o dispareunia.“El feminismo es un movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del siglo XVIII y que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la opresión, denominación y explotación de que han sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquélla requiera” , afirma Núria Varela en su libro Feminismo para principiantes. Las feministas se dieron cuenta de que el control patriarcal se extendía no solo en el ámbito político sino también en el familiar, laboral, sexual… Durante mucho tiempo, para limitar la sexualidad femenina, se ha intentado que las mujeres conocieran muy poco del tema o asociaran sexualidad y dolor, de forma que la sexualidad se redujera prácticamente a fines reproductivos. “Por ejemplo, ni una sola vez oí la palabra clítoris. Transcurrirían años hasta que aprendí que las mujeres poseíamos el único órgano en el cuerpo humano cuya función exclusiva era sentir placer”, es un ejemplo citado en libro de Varela. La sexualidad de las mujeres ha sido arrebatada históricamente por los hombres: “La negación de una sexualidad y un deseo propios y de libertad para disfrutarlos permanece aún hoy en buena parte del mundo. El patriarcado se ha volcado para controlar la sexualidad femenina, todos los métodos han sido pocos. Desde las imposiciones religiosas y morales, los códigos de conducta, la estigmatización en nombre del honor y la honra hasta la violencia y la represión brutal y mortal, pasando por la utilización del sistema legal y el control de la ciencia…”, detalla Varela. Así pues, muchas mujeres nunca han sido dueñas ni beneficiarias de su propia sexualidad. El goce y el placer son, en general, atributos positivos del erotismo masculino mientras que en las mujeres son atributos negativos. La sexualidad masculina parece estar íntimamente relacionada con el poder y, en mi opinión, una de las características fundamentales del poder masculino es el control de la sexualidad femenina. Las feministas radicales de los años 70 comenzaron el proceso de reapropiación del cuerpo femenino para las mujeres con consignas como: “Mi cuerpo es mío”. La sociedad reduce la sexualidad a la penetración vaginal y no acepta que el término “sexo” se pueda referir a algo que no sea coito. Por ejemplo, la construcción social llamada “virginidad” limita nuestra sexualidad haciéndonos entender que el sexo es el coito, que dejamos de ser vírgenes de no haber tenido nunca relaciones sexuales cuando practicamos el coito. Evidentemente, esta visión excluye una gran parte del espectro de la sexualidad humana. La sexualidad no es el modelo cisheteropatriarcal ni tampoco se orienta únicamente hacia la reproducción. En muchos casos, frente a una sociedad falocentrista, las personas con vaginismo sienten odio y vergüenza por su cuerpo, y gran parte de estos sentimientos autodestructivos se derivan de no cumplir con el modelo de sexualidad que impone la sociedad donde vivimos. El feminismo defiende una sexualidad femenina mucho más abierta. Si esta idea se extendiera en la sociedad, las personas que sufren vaginismo probablemente sufrirían menos porque no sentirían tan frecuentemente que su sexualidad está “incapacitada”, y probablemente se sentirían más seguras al buscar ayuda médica. Las posibilidades sexuales se extienden mucho más allá de la penetración vaginal, y su conocimiento es esencial para que todas las personas disfruten del sexo y se logre la normalización de todo el espectro de la sexualidad humana.
Artículo redactado por María Fábregas González el 20 de mayo de 2020 para Pikara Magazine
Fuente original: Pikara Magazine